William Rankin o el "granizo humano"

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Autor: Alfred Rodríguez Picó - Director de TAIKOMETEOROLOGIA. Meteorólogo con más de 30 años de experiencia en TV3, Catalunya Ràdio, La Vanguardia, El Periódico y otros medios, así como profesor y conferenciante con más de 1500 charlas impartidas.
29 de noviembre, 2017

Lo que leerán a continuación, aunque no lo parezca, es una historia real.

En agosto de 1959, William Rankin, piloto de la marina de Estados Unidos, tenía que hacer un vuelo rutinario de una hora entre Massachussets y Carolina del Norte. Consultó con el meteorólogo de la base y le indicó que podría encontrar algunas tormentas aisladas. Una vez en el aire y cuando ya había hecho algo más de la mitad del viaje observó un cumulonimbus o nube de tormenta frente a él. La cima de la nube alcanzaba los 15000 metros. Como era imposible atravesar la tormenta por las enormes turbulencias, la única opción era sobrevolarla, alzándose hasta los 16000 metros. Ya estaba sobre la tormenta a esa altura cuando sonó un ruido estrepitoso. El motor del avión se había parado. Inmediatamente accionó la palanca del dispositivo auxiliar para dar electricidad al motor y sucedió algo que, en una película, podría parecer entre gracioso y ridículo: se quedó con la palanca en la mano. Horrorizado contempló una única solución. Salir eyectado. Pero a 16000 metros de altura la temperatura rozaba los 50º bajo cero y, aún peor, salir al exterior sin traje presurizado era un suicidio. A las 18 horas, accionó el botón de eyección e inmediatamente notó en la cara, cuello y otras partes del cuerpo el efecto del frío y la congelación de algunas zonas de su piel. Peor fue la descompresión. Le sangraban los ojos, la nariz, los oídos. Su cuerpo se distendió por la expansión de sus órganos internos. Su vientre estaba hinchado como en la última etapa de un embarazo. El dolor era terrible. Empezó a descender en medio de la tormenta esperando que a 3000 metros de altura el paracaídas se abriese, pero habían pasado 5 minutos desde su eyección y el paracaídas no se abría…

El paracaídas de William Rankin no se había abierto ya que las poderosas corrientes ascendentes de la tormenta frenaban la caída del piloto, y mientras no alcanzase una altura de 3000 metros, no se podía abrir. Después de unos minutos de desesperación, el paracaídas se desplegó. Parecía que la pesadilla llegaba a su fin cuando, repentinamente una ráfaga de viento ascendente huracanada lo catapultó de nuevo hacia la parte alta de la nube. A pesar de la oscuridad reinante pudo contemplar un espectáculo digno de la imaginación más delirante: junto a él viajaban miles de piedras de granizo que le golpeaban causándole un dolor punzante. Una vez hubo ascendido varios cientos de metros, volvió a caer con gran violencia, siempre rodeado de miles de granizos, para momentos después, volver a ascender con inusitada violencia. Se había convertido en una piedra de granizo gigante. Para complicar más la situación, empezaron a descargar rayos desde el interior de la nube hacia el suelo. Pudo observar una descarga que pasaba a pocos metros por detrás de su cuerpo, iluminando de un blanco cegador la lona del paracaídas. El ruido de los truenos era aterrador. ¿Cuándo se acabaría esta pesadilla? Aquello era una locura. Por fin el granizo y la lluvia perdieron intensidad y acabó aterrizando sobre un pinar. Una vez en tierra firme se dirigió, agonizante y tambaleándose, hacia una carretera donde pidió ayuda. En el hospital le informaron que tenía la piel decolorada por la congelación con moratones y cardenales por todo el cuerpo por el impacto de los granizos. Todos estaban asombrados de que hubiese sobrevivido.

Alfred Rodríguez Picó 

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